Ay! de tu amplia sonrisa cerrada,
qué persistente el canto
que agría cada porosa
esfera de piel mojada.
Y no es mi guerra,
aunque se resquebrajen
las calles bajos mis pies
y se transformen las lágrimas en piedra.
Aunque la inusitada
creencia se vuelva descreída
en el pesar de los hombres.
Aunque se estrellen los anhelantes
deseos contra cristales rotos.
Así ando desposeída, en un hilvanar
de agujas de oro.
Y no es tu guerra,
aunque veas cubrirse el campo
de exquisitos cadáveres.
Aunque se acerque a tu oído
una súplica lactante.
Aunque lluevan los despojos
de tus malcriados hijos.
Ni aún queriendo la sientes tuya,
acaricias sin ganas sus roídos ropajes,
para arrancarlos de cuajo,
sin dilucidar.
Y no es nuestra guerra,
aunque tiemblen cimientos y muros,
se derrumben torres de Babel
y escampen los demonios como soles en el cielo.
Aunque el inaudito bien
nos colme y se desborde en nuestra fuente,
solo pidiendo,
con las manos extendidas,
aún sin saber muy bien
que podemos esperar,
dejándonos arrebatar todo,
para despojarse de creencias y entorpecer
el curso del agua que se desboca fuera del cauce.
Parece que hubiera un arrebato
de sabia locura en tus ojos,
allí en el borde,
caen las noches,
sobre el campo de batalla.