Tu te alzabas altanero y orgulloso,
apuntando al cielo,
refugiado en tu perennidad.
Tu grueso fuste soportaba
tu copa reposada y espesa.
Eras sombra,
en las tardes calurosas de verano.
Eras el escogido,
para el canto del ruiseñor.
Jamás pudieron compararse contigo
los otros tristes olmos,
que presuntuosos igualarte quisieron.
Pero tu ego se vió perdido cuando
de repente, la tormenta
se avino,
y el viento con furia y saña
tu hermoso y longevo tronco derribó.
Cuán felices y aliviados se vieron entonces,
los viejos y oscuros olmos!,
hermanados en su mediocridad
respiraron aliviados
y entonaron una alabanza al viento:
-Oh Céfiro valeroso!, a tí te aclamamos
Pues en dos partiste a aquél engedro extraño,
que quiso alcanzar el cielo,
y terminó en el suelo hendido!-.