Declino tu ser pretencioso,
embriagado de mentira.
Así como se desdibujan, los rasgos de lo que fue una cara conocida,
como se vuelve irreconocible la voz que alguna vez fue cercana,
así, se detiene el recuerdo en un punto no certero,
en una pausa que se eterniza, para borrar por completo
los nombres.
Mi absoluto rechazo a tu disoluta necedad,
ignorante tú,
de los regocijos del fuego,
eres al fin vencido
por tu propio envilecimiento.
Sí, se olvidan los ojos que nos miraron otrora,
los susurros, las palabras ciegas y la fe en delirios compartidos.
Los olvidados se yerguen en los resquicios de un tiempo,
afanados en volver de nuevo a tu memoria,
redibujando su esencia,
como colofón de historias inciertas
nunca materializadas.
Se olvidan,
olvido,
olvidados…
los nombres.